Vienen los adornos, los villancicos… y el verdadero deporte nacional de diciembre: las comidas de Navidad. En pocas semanas se concentran más encuentros sociales que en el resto del año: comidas de empresa, cenas de amigos, reuniones familiares, citas de pareja y encuentros de grupos diversos. Todo un calendario gastronómico y emocional que combina tradición, protocolo y, por qué no decirlo, cierta dosis de supervivencia social. Hay códigos no escritos y son así:
El clásico por excelencia es la comida con la family: esa mesa con mantel blanco, vajilla “de los días especiales” y olor a asado. La comida familiar sirve para actualizar roles, afectos y viejos conflictos: el primo llega tarde, el tío monopoliza la conversación política y la abuela repite “come más que estás muy delgado”. El menú, inamovible: marisco, cordero o gallo de corral, turrones y una sobremesa que se alarga más que la trilogía de El Padrino.
Le sigue de cerca la comida de empresa: espíritu corporativo, cava y karaoke. Oficialmente, se celebra para fomentar el compañerismo, el famoso “teambuilding”; en la práctica, son un estudio antropológico sobre cómo cambia el comportamiento humano cuando los jefes bailan “A quién le importa”. En cuanto al menú, suele incluir croquetas de autor, solomillo en salsa rara y un postre de chocolate “deconstruido”. Pero lo importante no está en el plato, sino en las conversaciones: cumplidos diplomáticos, amigo invisible, chistes de sobremesa y confesiones que el lunes todos fingen olvidar.
Para las quedadas navideñas entre amigos cuesta un montón coordinar agendas, pero al final siempre se logra. Se habla del pasado, se repiten anécdotas y se brinda por “vernos más”, aunque todos saben que no pasará. Aquí el ambiente recuerda a Love Actually mezclado con Friends. El lugar puede ser un restaurante “de toda la vida” o la casa de uno del grupo en la que compartir platos, vino y risas, incluso juegos, que se prolongan hasta que alguien empieza a cantar villancicos. En el universo navideño también hay sitio para las cenas de pareja, cuidadosamente planificadas con luces, regalos y un toque romántico, especialmente cuando es la primera o segunda Navidad juntos. O para las cenas de grupos —deportivos, culturales, vecinales, singles—, que combinan camaradería y caos (“trae cada uno algo” y acaban todos comiendo empanada).
Más allá del menú, la Navidad es una escuela de comunicación social. En la mesa se practican todas las variantes posibles del lenguaje diplomático:
“¡Qué detalle más bonito!” (aunque ya tengas tres iguales).
“No te preocupes, está buenísimo” (dicho mientras intentas tragar algo carbonizado).
“Por la familia, por la salud y por los que se fueron” (el brindis universal que nadie se atreve a cuestionar).
Pero también hay solidaridad, afecto sincero, y amabilidad para que, entre brindis, selfies y promesas, todos terminemos comprendiendo que la magia de estas fechas no está en el menú, sino en las personas que comparten la fiesta. close os desea en toda la amplitud de la expresión: paz, amor, salud y… ¡buen provecho!