El reloj interno

Res no és mesquí,
i tot ric com el vi i la galta colrada.
I l’onada del mar sempre riu,
primavera d’hivern, primavera d’estiu.

I tot és primavera: i tota fulla verda eternament.

 Joan Salvador Papasseit

 

Dice el poeta algo así como que en la vida nada es mezquino, el vino y el sol nos broncean las mejillas. Que el mar ríe a través de sus olas. Habla de las primaveras de invierno y de verano para acabar pregonando que todo es primavera y que, eternamente, toda hoja es verde. Ay, los poetas y la primavera: qué maravilla del eterno retorno y del revivir. Desde Neruda que expresaba sus deseos hacia su amada: “quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos” hasta Valery que veía “el sol floreciendo como las mimosas”.

Me gusta este poema y me gusta especialmente la idea de una primavera escondida en el resto de estaciones del año. Porque si verdaderamente la primavera que conocemos comienza el 20 de marzo y termina el 21 de junio, en el calendario personal, biológico que rige nuestros interiores a veces no todo es tan evidente.

Los ciclos de la naturaleza son fascinantes y hay algo de sabiduría ancestral en celebrarlos al tiempo que se intenta sincronizarse con ellos. La siembra, la siega, el barbecho, la tala… Pero, muchas veces, los cuerpos experimentan sus propias estaciones y marcan eventos fuera de temporada que también necesitan de nuestra atención. Tienen que ver con el trabajo, con el amor, con los estudios, con la salud, con los cumpleaños, con las defunciones,… y también con cosas más prosaicas como una mudanza, unas obras en casa o un cambio de armario.

Cambiar, mutar, renovar y volver a nacer es algo importante en nuestra vida. Pero tampoco es necesario hacerlo cuando lo marque un calendario o el anuncio televisivo de unos grandes almacenes. La primavera que ha venido y nadie sabe cómo ha sido es un sonsonete popular. No estaría mal que alguna vez seamos nosotros los que decidamos, no solo cómo, sino cuándo y porqué.

Celebremos la primavera porque el sol vuelve a calentarnos la piel, porque las aves, oscuras o claras, vuelven a cantar, porque las emociones necesitan brotes verdes pero no nos olvidemos nunca de que si una hoja fue verde, en nuestro pensamiento, puede serlo eternamente.

 

Pepi Bauló

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