
En la arena pública contemporánea, la política ya no se entiende solo como el arte de gobernar, sino como un gran dispositivo de comunicación. El lenguaje se ha convertido en herramienta y, a la vez, en campo de batalla. No es casual: quien controla las palabras, controla en buena medida la forma en que la sociedad percibe la realidad. Y, como dijo el filósofo francés Michel Foucault, “el lenguaje crea realidades”.
El discurso político, con sus consignas y eslóganes, funciona como un prisma: selecciona, simplifica y orienta la mirada ciudadana hacia determinadas interpretaciones. Así, conceptos como “progreso”, “libertad” o “seguridad” se transforman en banderas desplegadas según los intereses de cada partido e, incluso, de cada portavoz. Los medios, por su parte, no actúan solo como espejo de ese lenguaje, sino que también lo moldean. En tiempos de inmediatez digital, los titulares, encuadres y agendas informativas amplifican unas voces y relegan otras algo que no es inocente, sino que responde a intereses determinados de personas, instituciones o partidos concretos. Recordemos que ya en el siglo XVII, Francis Bacon recoge un antiguo dicho latín y lo traduce como “Calumnia, que algo queda”.
Pierre Bourdieu ya advertía en Sobre la televisión (1996) que los medios tienden a privilegiar lo espectacular por sobre lo relevante, configurando una realidad fragmentada. La serie documental The Fourth Estate (2018), que muestra el trabajo del The New York Times durante la presidencia de Donald Trump, revela cómo el periodismo es tanto narrador como protagonista en la disputa por el relato. Porque quien se apropia del relato, gana.
Más allá de la retórica grandilocuente o de las promesas, los mensajes políticos se apoyan en técnicas muy estudiadas para calar en la sociedad. Por ejemplo, la simplificación extrema: convertir problemas complejos en frases cortas y fáciles de repetir, un estilo que casa muy bien con las redes sociales. O la apelación emocional, que nos coloca un terreno más afectivo que racional: miedo, esperanza, indignación o patriotismo… se imponen por la vía rápida a la argumentación razonada.
Estos trucos, que combinan fundamentalmente psicología, marketing y lingüística, no son neutrales y de ahí la importancia de desarrollar una mirada crítica que nos permita identificar cuándo el lenguaje busca informar y cuándo intenta manipular. Aunque sea una tarea cada vez más ardua, en close pensamos que el desafío para todos nosotros es no caer en la seducción del mensaje, sino aprender a leer entre líneas y nutrirnos de todos los puntos de vista. Para que el lenguaje de la política pueda a ser visto no como un truco, sino como lo que debería ser: una herramienta para pensar juntos un futuro común bueno para todos.