Un poquito denostadas por considerarse intrascendentes, las conversaciones de ascensor son un modo de establecer comunicación, una habilidad social más que todos los que vivimos, trabajamos o visitamos un edificio de varias plantas, practicamos en mayor o menor medida, con mayor o menor éxito. Más allá de preguntar a qué piso va el compañero de tan corto trayecto, podemos preguntar por la familia, intercambiar algún cotilleo de vecindad o comentar algún suceso de actualidad. Pero hay un punto recurrente: el tiempo.
¿Y por qué las conversaciones en los ascensores suelen girar en torno al clima? No es solo por la cortesía, sino porque, en realidad, el clima es ya un tema universal, el pequeño gran protagonista de nuestras charlas cotidianas. Desde “¡Qué calor hace hoy!” hasta “¿No creen que ya podría parar de llover?”, estas frases se han convertido en el equivalente social de un “¿Qué tal va la vida?” en la era moderna. Más allá de un simple intercambio de saludos, el clima deja de ser solo un tema de temporada y se convierte en un espejo de nuestro planeta en crisis. El cambio climático se ha hecho un hueco en los ascensores, esos pequeños espacios donde las palabras vuelan tan rápido como la electricidad que los alimenta.
Es curioso cómo algo que parece banal y que dura pocos segundos, máximo minutos si contamos el tiempo de espera, puede poner a prueba aspectos de nuestro carácter: la timidez a la hora de romper el hielo, la capacidad de encontrar temas de conversación, la paciencia si alguien necesita ayuda para entrar o salir, la posibilidad de proponer ideas para la convivencia, … No deja de ser sintomático que uno de los métodos utilizado por las empresas en las entrevistas de trabajo sea el test del ascensor (elevator pitch). Se propone al candidato que exponga, en aproximadamente un minuto, sus puntos fuertes y qué le motiva del puesto. En ese tiempo, que dura lo que se tardaría en bajar dos o tres pisos en ascensor, es esencial distinguir lo importante de lo accesorio, sintetizar y llamar la atención de quien escucha. Así que la próxima vez que, en un ascensor, alguien mencione ¡qué suerte que por fin llega agosto!, pensemos que esa comunicación, que se establece casi por compromiso o por sobreponerse a silencios incómodos, son pequeñas transacciones de información que nos ayudan a sociabilizar y a conocer a prójimo un poco más y, ojalá, un poco mejor. ¡Ah! ¡Y felices vacaciones!