Mírame a los ojos… sí, ¡a los ojos!

Pues sí, esta frase tan sexy es una de mis favoritas.

No hay nada que se compare a una mirada, en las distancias cortas, para sentir y saber dónde está la otra persona: si tiene interés en lo que dices o, por el contrario, repasa la agenda mentalmente en un esfuerzo por demostrar concentración en tus palabras.

Nada que te dé más pistas sobre la energía que envuelve un encuentro, tanto si es una entrevista de trabajo como una charla con un amigo, amiga o similar… Basta con prestar un mínimo de atención a las señales para confirmar que tu discurso, la anécdota graciosa o la confesión más íntima llegan de forma alta y clara a la mente y, quizás, al corazón del interlocutor. Esa habilidad de escuchar las palabras y, a la vez, entender los sentimientos, ideas y pensamientos que subyacen en el discurso que, todavía, no tenemos interiorizada del todo.

 

¡Cómo nos gusta contar nuestras cosas y que nos hagan caso! Quien diga lo contrario, miente. Sin embargo, ¡qué importante es practicar la “escucha activa”!

En nuestro “tele-mundo” virtual, con todos los aparatos electrónicos necesarios para establecer contacto con las antípodas en un parpadeo, reivindico la mirada directa, el bucear en unos ojos quizás alegres, quizás cansados, quién sabe si dolientes… Unos ojos que puedan acercarnos o alejarnos, pero nunca dejarnos indiferentes.

Da igual tener ojeras o patas de gallo, no importan las dioptrías que requieren de gafas que enmarcan rostros, preciosos todos a su manera.

Mírame a los ojos… y verás que necesito cerca la empatía, el cariño, la verdad. Mírame a los ojos … sí ¡a los ojos! Y te escucharé con el alma.