El poder de la etiqueta… líquida.

A estas alturas, no hay nadie que desconozca el concepto de “liquidez” aplicado a todo: a la vida, al marketing, a la pareja, … Bueno, casi nadie, va.

Sentir. Hay quien considera que los sentimientos también son líquidos: fluyen, no se paran (o sí se-paran), se quedan apenas unos segundos varados en la orilla del compromiso y siguen su curso, sin rumbo fijo, sin un mar que les acoja, sin un puerto que les resguarde.

Temer. El temor de vernos atrapados puede ser un elemento poderoso de esta liquidez que impregna nuestra realidad desde que Bauman hizo los honores y verbalizó lo que ya llevaba tiempo flotando o, mejor dicho, fluyendo entre nosotros. Y, claro está, cuando “etiquetamos” algo, le hacemos un hueco en nuestro espacio mental, nos quedamos tranquilos y relajados, en disposición de utilizarlo para todo y para todos. Poco importa que sea un cambio de paradigma o una moda pasajera. Tampoco sabemos distinguir qué es qué. Y parece que no nos preocupa.

¡Ojo! No me refiero a los hashtags.

Etiqueta. Lo cierto es que otorgar una etiqueta genera sensaciones diversas y, me atrevería a decir, muchas de ellas positivas para quien la utiliza: la tranquilidad de saber que podemos asirnos a “ella” (es algo conocido, no caeremos en el vacío del “fuera de lugar”), la seguridad al “usarla” (si se ha aceptado globalmente, será correcto hacerlo, ¿verdad?), la sensación de pertenencia a ese codiciado grupo de los que “saben de qué hablan” (esto… bueno…).

Líquido. Llegados a este punto, la pregunta surge sin mucho esfuerzo: ¿cuándo desaparecerá el concepto de liquidez? Por la liquidez misma del concepto, digo.

Líquido… y sólido

La liquidez no me disgusta. Me agrada por la tranquilidad que me invade al pensar en lo líquido que es el “fluir”. Me encanta, esencialmente, cuando se refiere a dejar marchar aquello que no nos aporta nada positivo a nuestra vida.

Aunque debo confesar que soy bastante pro-concepto “solidez”. Y en un plis me vienen a la cabeza un par de razones: por la contundencia fonética de la misma palabra (esa sílaba final… ¿qué tendrá que nos ancla y nos mantiene de pie?); o por la imagen que se forma en mi retina al recordar algo tan sólido como la mano amiga que te alcanza antes de caer al precipicio de la tristeza abismal.

Los amigos-amigos, las almas limpias, los amores de verdad, los silencios compartidos, … Dámelos sólidos. Que se queden para siempre y que planten sus raíces cerquita de mí. Que no fluyan. Que no se alejen.

Será un placer compartirnos. Sólidamente.