Horizonte de expectativas


Viajar consigue ampliar horizontes, no solo geográficamente sino también personalmente. Si se viaja con un poco de ganas de que pasen cosas, un poco de curiosidad, un poco de tolerancia, … entonces lo que se amplía es un horizonte llamado horizonte de las expectativas y lo que verdaderamente se proyecta hacia delante no solo es el cuerpo sino la mente.

Que viajar sirve para desconectar y cambiar la rutina parece evidente. Pero nos sorprendería saber cuántas veces el cambio es mínimo porque se nos ha olvidado lo fundamental: abrir más los ojos, las orejas, la boca… todos los sentidos. Sí, todos. El del tacto también, el del gusto por su puesto. Viajar es visitar un lenguaje nuevo y no solo por desplazarnos a un lugar en que se hable un idioma diferente al nuestro. Al viajero se le mostrarán cientos de nuevos carteles, rótulos, pantallas, posters, instrucciones, avisos, señales… un universo entero intentando comunicarse con nosotros.  La comida, los olores y hasta la combinación de los colores configurarán otros paradigmas. Incluso la cama donde dormiremos será diferente.

Imaginaos en medio del metro de Tokio sin entender ni uno de los carteles indicadores o en una ciudad cuyos habitantes hablen un idioma nada familiar. Hay un poco de miedo en ese no saber lo que va a pasar, pero también emoción de conseguir llegar a donde queríamos o ser capaces de averiguar aquello que necesitamos saber.  Y es que sentiremos la satisfacción de haber podido “entender” otra realidad.

Si vivimos de una ciudad costera nos iremos a la montaña, o cambiaremos el horizonte de una gran llanura por el de un lago inmenso, o el silencio de un pueblo por el trajín de una gran urbe. Todo sonará diferente, tendrá otro color, otra luz… al viajar hay un esfuerzo de aclimatación que tiene su recompensa en experimentar algo nuevo.

Tal vez por eso resulte un poco irritante descubrir que en Buenos Aires hay una cadena de cafeterías igual que en Roma o que en Shangai. Tal vez la palabra justa sea: decepcionante. No para todos, claro. Siempre existirá algún yanqui desesperado por encontrar un MacDonals en la mismísima cara oculta de la luna.

Equipo Close